domingo, 12 de abril de 2009

YURIMAGUAS. Recuperando la vista en la selva Octubre de 1993

Esta ciudad amazónica conocida como La Perla del río Huallaga ha crecido tanto que su aeropuerto ya está metido en la ciudad. Su gente acogedora y alegre, a pesar de su evidente pobreza, no refleja las angustias que vivió debido al terrorismo reciente, sin embargo el resguardo militar y policial del terminal aéreo aún se muestra receloso y le parece sospechoso que yo tome fotografías a los bellos paisajes selváticos que rodean esta zona de la ciudad.
-¡Está prohibido tomar fotos aquí! Me dice enérgicamente un militar acompañado de un gringo gigantesco y algo obeso vestido con pantalón de camuflaje y camiseta sin mangas.

Uno de nuestros anfitriones a la campaña médica de acción social en Yurimaguas me dice en voz baja al oído:
-Mejor guarde su cámara antes que se la quiten. Están nerviosos porque aún quedan terrucos y narcos. El gringo grandazo es de la DEA (organismo antidrogas norteamericano).

El terrorismo en el Perú fué abiertamente apoyado por los narcotraficantes en una simbiosis maligna y por ello no me pareció el momento apropiado para discutir sobre los derechos ciudadanos con un militar receloso por los rezagos de esta lacra social. A cambio de protección armada de las plantaciones de coca y laboratorios de cocaína, los narcos proveen de armas y financiamiento a las huestes terroristas en selvas y serranías. La DEA norteamericana apoya con radares y vuelos de intersección a las naves sospechosas.

Llegamos al hotel en la Plaza Mayor y apenas dejamos nuestro equipaje salimos hacia el Hospital Santa Gema del Ministerio de Salud para instalar los equipos de medición de vista
y la biseladora de lentes ópticos. El edificio, grande y muy antiguo, con sus techos inclinados, cubiertos de planchas corrugadas de metal y de fibro-cemento, atiende no solo a toda la población de la ciudad sino también a una gran cantidad de personas dispersas en una amplísima área y que se dedican a la agricultura, ganadería, madera, caza, pesca y recolección de plantas medicinales.

En esta época vienen a la ciudad la mayoría de los pobladores de las selvas aledañas para celebrar las fiestas patronales en honor a la Virgen de las Nieves. Me llamó la atención el nombre de la virgen pues en esta selva tropical jamás hay nieve; por lo menos la nieve que nosotros conocemos, pero los selváticos le llaman nieve a las nubes bajas y neblina propias de esta época del año y en la iglesia se exhibe una imagen de la virgen parada sobre una nube.

El viejo hospital del estado tiene muy pocos médicos especialistas y gracias a un grupo de yurimagüinos notables que coordinan y financian el viaje de médicos amigos dispuestos a colaborar, se logra atender a la población gratuitamente en las especialidades médicas de las que el resto del año carecen. Para colaborar con mi amigo oftalmólogo Alfredo Otero, quien necesita que sus recetas sean elaboradas al momento en estos lugares donde no hay establecimientos ópticos, es que viajamos por segunda vez acompañando a este buen grupo de médicos –el mes pasado fue a la ciudad de Rioja en el departamento de San Martín.- Para ello, Jesús Zambrano, mi experimentado asistente técnico me acompaña con equipo portátil, un buen lote de anteojos económicos, una maleta con cristales y resinas de las medidas mas demandadas y regular cantidad de monturas para donar a gente sin recursos. Los instrumentos frágiles los llevo en mi maletín de mano.

Es domingo y mañana empezaremos un arduo trabajo. Han publicitado nuestra llegada por radio, carteles y volantes y las colas de pacientes parecerán interminables. Esta noche, el alcalde nos ha invitado a un coctel de bienvenida. Luego del tradicional espectáculo de bailes típicos, un niño nos sorprende con una hermosa poesía en que describe la riqueza natural de la selva y propone su protección. El Obispo de Yurimaguas, presente en el homenaje, fue anteriormente párroco en la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar en San Isidro y capellán del Colegio Santa Úrsula. En 1989 le dio la Primera Comunión a mi hija Mariana en la capilla de su colegio. Nos reconocimos de inmediato y recordamos entre risas que luego de confesar a las niñas y darles la comunión, mientras las despedía nos dijo con su típico acento español:
-Son unos angelitos estas niñas. Si pudierais escuchar sus pecados os reiríais.
Luego de esto se dirigió a ellas diciendo:
-Ala, vamo, venga, niñas, a pecar, a pecar que después no tendréis de que confesaros.
Podrán ustedes imaginarse las caras de los sorprendidos padres ante la ocurrencia del obispo y confesor.

Luego de un abundante y típico desayuno con tacacho, cecina, huevo frito y jugo de cocona, nos dirigimos a pié hacia el hospital. Aún no eran las 8 de la mañana y la cola de gente esperándonos era impresionantemente larga. Nos esperaba un arduo trabajo. Al vernos entrar al hospital la gente se empezó a arremolinar. El portero casi no podía mantener la reja cerrada pues todos querían entrar a la vez y los mas cercanos a la puerta eran presionados peligrosamente contra ella hasta que como caídas del cielo aparecieron cuatro voluntarias que con una mezcla de cariño y firmeza lograron poner orden en la cola; registraron sus nombres en el libro de atenciones y les repartieron tickets con su número de orden considerando que los pacientes que requerían cirugía serían atendidos el primer día para poder tener un adecuado control post operatorio.

La jornada fue larga. El Obispo me envió con su asistenta social, una lista de personas indigentes que requieren anteojos. Llevaron a una señora bastante entrada en años con la pupila totalmente dilatada y con serios problemas de visión; la presión intraocular la tenía tan alta que no permitía el funcionamiento del iris y recibió tratamiento de urgencia. Por la tarde un joven de 19 años llegó a recoger sus lentes que preparamos durante la mañana. Tiene una miopía severa y solo enfoca a 15 cm de sus ojos. Nunca ha visto bien a distancia y usará anteojos por primera vez. Se paró frente a nuestro improvisado mostrador y le advertí que dada la alta graduación de sus lentes y hasta que se acostumbre podría sufrir mareos. Para empezar, le han recetado –9.00 dioptrías para corregir su miopía pero su medida es mayor aún. Se puso los lentes y miró hacia la ventana, abrió la boca, se tambaleó ligeramente y empezó a balbucear en voz muy baja con la boca semiabierta. Pensé que se iba a caer. Traté de leer sus labios pero no pude entender lo que decía. Una auxiliar nos explicó que hablaba en su lengua nativa y nos tradujo:
-Está diciendo “las florcitas, las hojitas, los pajaritos”, parece que nunca hubiera visto un ave ó un árbol.
Y era cierto, jamás lo había visto con ese grado de definición ni a esa distancia. El gesto descolgado de su boca por la impresión se fue transformando en sonrisa y mientras miraba a su alrededor, iba señalando y diciendo en voz alta y emotiva, el nombre de todo lo que veía. Ese solo caso ya había justificado nuestro viaje, pero por nuestro mostrador pasaron cientos de personas humildes que de otro modo no hubieran podido solucionar sus problemas visuales.

Una niña de 9 años, escolar, con fuertes dolores de cabeza producidos por astigmatismo alto, sonríe al comprobar lo buena y confortable que está su visión con sus primeros lentes. Su mamá, madre soltera, muy humilde y con trabajo temporal como vendedora en un puesto del mercado, en un gesto de agradecimiento, regresó el último día de nuestra estadía en Yurimaguas, con una bolsita de plástico con cuatro juanes para que los llevemos a Lima para nuestra familia. Los Juanes son una comida típica de la selva peruana y se preparan principalmente para la fiesta de San Juan y consisten en envolturas de hojas silvestres de Bijao, parecidas a la de plátano, rellenas de arroz bien condimentado, yuca rallada y con presas de carne de cerdo ó de gallina. La forma de la envoltura es redonda como la cabeza que San Juan perdió tras el baile de Salomé y se amarra por la parte superior con un poco de cordel o con cintas de la misma hoja.

Al anochecer regresamos al hotel y en el patio, una linda jovencita, casi una niña, juega jax sentada en el piso, acompañada solo por su muñeca. Afuera, en la plaza, ya la gente empieza a llegar de todos lados y se nota el ambiente festivo.. La fiesta patronal se celebra cada noche durante toda la semana. Hay fiestas públicas gratuitas con orquesta y show en diferentes puntos de la ciudad. El negocio está en la venta de cerveza. A las 8 pm la plaza ya está abarrotada y se escucha una banda de música que entra por una de las esquinas. La gente corre alrededor y se crea un gran alboroto mientras gritan:
-¡Es la vaca loca! ¡Es la vaca loca!
La vaca embiste a diestra y siniestra a la gente que la rodea. Son dos personas con disfraz de vaca corriendo y embistiendo a niños y adultos que se divierten, corren y gritan eufóricos.

Pasado el alboroto fuimos a comer algo y a recorrer la ciudad. Llegamos a una de las fiestas callejeras. La gente está bailando sobre pistas y veredas. En la esquina sobre un tabladillo, la orquesta toca música tropical mientras al centro baila con una menudísima tanga, nada menos que la niña que hace unas horas jugaba jax en el patio del hotel, acompañada por su muñeca.

Mañana nos espera un arduo trabajo y no podemos trasnochar. Hace calor pero es peligroso para la salud de los visitantes tomar agua de la llave, así que con un vasito de helado D’onofrio y -por si acaso me da sed en la noche- una botellita de Coca Cola con la chapita abierta –no conseguí con tapa rosca-, me regresé temprano al hotel y me quedé profundamente dormido a pesar del sonido entremezclado de las orquestas. Como a las 4 de la madrugada me desperté con sed y ya no hay electricidad pero si una vela y fósforos en la mesita de noche. Me pareció que la pared frente a los pies de mi cama tenía pintada una franja marrón que no había notado al acostarme. Tomé un buen sorbo de Coca Cola y sentí que en la boca me quedaba como arenilla ó cascaritas. Prendí la vela y me puse los lentes. Eran millones de hormigas que entraban por la rendija entre la puerta y la pared formando una franja color marrón rojizo de casi 30 cm de ancho y que se dividía en dos ramales; uno de ellos bajaba hasta el piso y llegaba hasta mi mesita de noche, subían y se metían dentro de la botella. El otro ramal de hormigas seguía de largo por la pared hasta la rendija de la puerta del baño, entraban y bajaban al piso hasta llegar al basurero donde en la noche había botado el vasito vacío con residuos de helado. Ignoro cuantas hormigas me habré tragado pero agradecí a Dios por haberme lavado bien la boca antes de acostarme ó me hubiera despertado con la cara infestada por miles de voraces hormigas. El encargado de la limpieza retiró la botella y el basurero y las hormigas desaparecieron como por arte de magia. De todos modos, dejé mi sugerencia en la administración: Pongan un cartelito que diga “¡PELIGRO HORMIGAS!, no lleve alimentos ni bebidas a las habitaciones”

Al día siguiente por la mañana, el Dr Otero operó un pterigion –carnosidad en el ojo-a un poblador. La carnosidad había avanzado hasta cubrir gran parte de la córnea y llegaba hasta la pupila y ocasionaban permanente irritación y problemas visuales. Este problema es muy común en todo el norte del país y solo se puede prevenir con el uso adecuado de lentes de protección solar pero la gente aún no se acostumbra a usarlos. A media mañana fuimos a atender en la posta médica de una población ubicada aguas arriba del río Paranapura, afluente del Huallaga. Los paisajes son bellísimos. Aún no empiezan las lluvias y el escaso caudal estacional del río, permite la formación de islotes y extensas playas de arena blanca. Al emprender el retorno nos detuvimos en medio de la selva pues un pequeño riachuelo que cruza la trocha ha formado una lagunita en donde un par de búfalos, importados de la India, se revuelcan en el fango interrumpiendo el paso de nuestro vehículo. Bajamos a espantarlos pero simplemente ignoraron nuestros gritos y bocinazos. Aproveché de tomarles unas fotos mientras el chofer buscaba una rama con que ahuyentarlos pero los animales no se fueron hasta que no terminaron de cubrir su cuerpo de lodo. Parece que además de refrescarse, el lodo los protege de los insectos.

Cada noche al terminar el trabajo hago una llamada telefónica a la óptica en Lima para que me envíen en el siguiente vuelo los lentes que ya no tengo en stock. Los médicos atenderán hasta el sábado, pero son tantos los anteojos pedidos que Jesús y yo tendremos que quedarnos tres días mas –el siguiente vuelo es el martes- para terminar los montajes y entregar todo.

Hoy sábado fuimos a despedir a los médicos al aeropuerto. Cuando todos los pasajeros estuvieron a bordo del enorme jet de Fauccett, el jefe de la oficina de la aerolínea en Yurimaguas subió al avión y en pocos segundos bajó, cerraron la puerta, retiraron la escalinata y la nave se fue carreteando hasta el extremo de la pista, dio media vuelta, aceleró a toda su potencia y partió pero parece que la fuerza de sus motores no fueron suficientes y a media pista suspendió el intento de despegue. Regresó al punto de partida y con los frenos puestos aceleró al máximo produciendo un ruido ensordecedor, soltó los frenos bruscamente y esta vez si despegó. Me quedé preocupado pero no me atreví a llamar a Lima, a casa del Dr. Otero para saber si llegaron bien para no preocupar a la familia.
Apenas llegué a Lima me contaron las peripecias de su retorno. El avión, que logró despegar a duras penas de Yurimaguas, no tuvo la fuerza suficiente para atravesar la cordillera, se despresurizó violentamente y los pasajeros tuvieron que utilizar el oxígeno. El piloto tuvo que descender y volar muy bajo hasta Pucallpa donde en medio de una gran tensión, pudieron aterrizar. La nave se quedó ahí en espera de los mecánicos y repuestos, mientras que todos los pasajeros tuvieron que esperar hasta la medianoche en el aeropuerto para que otro avión los recogiera. Llegaron a Lima en la madrugada del día siguiente. Felizmente no me atreví a llamar el día anterior pues podría haber ocasionado algún infarto.

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