domingo, 12 de abril de 2009

ANDAHUAYLAS. Jornada médica y aventuras 11 de Enero del 2001

Reaparezco después de una semana lejos del mundanal ruido en la bella ciudad andina de Andahuaylas, Apurímac. Acompañé a un grupo de médicos que hacen con frecuencia labor social en lugares del interior del país donde hacen falta médicos especialistas. Con el apoyo y coordinación y organización de una andahuaylina residente en Lima, Leonarda Herrera, de gran corazón, mucho entusiasmo y solidaridad con sus paisanos, llegamos al distrito de San Jerónimo el miércoles 3 de Enero. El grupo, conformado por el odontólogo Leo García, el otorrinolaringólogo Santiago Ruiz, el cardiólogo Jaime Quiroz, el ginecólogo Javier Otero, el oftalmólogo Alfredo Otero y yo con mi óptica de campaña, para atender las recetas del oftalmólogo, fuimos recibidos y apoyados por el párroco de San Jerónimo y las monjitas de dos conventos de la localidad..

El párroco nos alojó en los dormitorios de la casa de retiros y en el gran salón de evangelización se improvisaron los consultorios el odontólogo, el otorrino, el oftalmólogo y la óptica. En lo alto de una pequeña pero muy empinada calle, en la enfermería del Convento de las Misioneras del Sagrado Corazón de María que tiene varios ambientes mas privados, se instalaron los consultorios del cardiólogo y del ginecólogo. Los alimentos eran preparados por las monjitas de un convento adyacente a la casa de retiros. Se trata de un convento de clausura. Con excepción de la madre Evangelina, su único contacto con el mundo exterior, no las podíamos ver y nos pasaban los alimentos utilizando un molinete giratorio como las puertas de algunos hoteles y restaurantes.

Las colas de pacientes eran inmensas. Cada día, al amanecer salíamos temprano hacia el convento de clausura para el desayuno y ya la calle estaba repleta de gente. El trabajo terminaba de noche cuando la falta de luz adecuado dificultaba la atención y era tan arduo que para poder conocer las zonas turísticas, ruinas, lagunas y bellísimos paisajes decidimos alquilar una combi desde las 5 hasta las 8 de la mañana, y al regresar a tomar desayuno ya encontrábamos largas colas de pacientes.

El día domingo 7 la atención terminó a la una de la tarde y decidimos hacer un último paseo por la cordillera después de almorzar pues en la madrugada debemos estar en el aeropuerto para regresar a Lima. Fue toda una aventura. La ruta propuesta por Juan Almonte, nuestro guía turístico y a su vez Gobernador del distrito de San Jerónimo era partir desde un extremo de la ciudad, para rodear toda la montaña vecina y regresar por el extremo opuesto. Nos acompañaban también Herminia Vásquez, esposa del gobernado, y su pequeña hija Luana de tres años y medio. Habíamos descendido desde la ciudad de Talavera, vecina de Andahuaylas y San Jerónimo, a un profundo cañón, cruzamos el río y empezamos a subir en zigzag por la otra ladera por un camino afirmado cuando a la mitad de la subida se cruzó un zorrillo dejando su olor característico por la carretera. Herminia dijo que para los lugareños, encontrar un zorrillo en la carretera era mala suerte pero lo tomamos a broma y continuamos. Al poco rato, cuando entramos a un angosto camino de tierra arcillosa, empezó a llover y el suelo se puso como jabón. La cocada de las llantas se saturaron de arcilla resbalosa y la combi corría peligro de caer al profundo abismo. Nos atollamos varias veces y empezamos a avanzar empujando la combi. Habíamos recorrido tres kilómetros empujando el vehículo hacia el cerro y poniendo piedras en los bordes del abismo cuando un derrumbe nos cortó el paso. Estábamos en la puna a las 6 de la tarde, mojados y con barro rojo hasta las rodillas cuando nos acordamos que además del cruce del zorrillo, era domingo 7. Pero no soy supersticioso.

El camino era tan angosto que no podíamos dar la vuelta y el huayco nos impedía continuar. Juan -el gobernador- decidió cruzar el huayco a pié y caminar con el chofer que hablaba quechua hasta un pequeño pueblo llamado San Antonio de Huarataca y que se veía a un kilómetro. Trataría de conseguir ayuda para limpiar el derrumbe y continuar. Media hora después, tres de los médicos, Javier y Jaime de 50 años y Santiago de 73, algo aburridos, claustrofóbicos ó para no sentirse inútiles, decidieron bajar de la combi y tratar de alcanzar al gobernador para apoyarlo en conseguir gente ó un tractor. El Dr. Alfredo Otero (oculista ) y yo opinamos que era inconveniente hacerlo, porque no hablaban quechua y al anochecer se encontrarían con las rondas campesinas que siguen vigilando para impedir la reaparición de la subversión. Yo les advertí que podrían mojarse , perderse ó terminar en el calabozo de los desconfiados ronderos, pues empezaba a oscurecer y que deberíamos quedarnos con la esposa del gobernador y a su pequeña hija.

Ya había entrado la noche cuando regresaron el gobernador y el chofer con ocho jóvenes campesinos con sus lampas y picos, dispuestos a ayudarnos a retroceder hasta encontrar un sitio lo suficientemente ancho para dar la vuelta y regresar por donde vinimos pero no se han cruzado con los tres médicos. En la oscuridad pueden haber tomado un camino equivocado pues hay varios pueblitos cercanos y el camino tiene bifurcaciones. Les tocamos bocina y prendimos las luces, pero no regresaban. Los esperamos más de una hora. Los campesinos se estaban mojando y si no empezaban a empujar y limpiar el camino, se retirarían a sus casas para no congelarse. Además nos advirtieron que si no salíamos rápido podría haber otro huayco ó derrumbe a nuestras espaldas y quedaríamos atrapados. Tuvimos que partir sin los tres médicos a las 9 pm. empujando más de un kilómetro de retroceso, casi sin luces hasta donde encontramos un pequeño espacio junto al precipicio, donde intentamos girar al revés la combi que se resbalaba en el barro. Después de varias peligrosas maniobras al borde del profundo abismo, lo logramos, sacando tierra seca y piedras del cerro con lampas y picos y esparciéndola en la ruta. Tres horas después llegamos a una tiendita donde empezaba el camino afirmado en buen estado. Solo habíamos recorrido tres kilómetros en el barro, a oscuras y bajo la lluvia.

Esperamos una hora más para que los tres perdidos nos dieran el alcance en el tambo, mientras tanto pagamos a los campesinos por su apoyo y les invitamos galletas y bebidas gaseosas. Les pedimos a ellos y al tendero que si veían llegar a los médicos, les dijeran que nos esperen en la tienda, que dejaríamos a la niña y a su mamá en casa y que buscaríamos una camioneta 4 x 4 para regresar por ellos.

Llegamos a la una de la madrugada a Andahuaylas y a esa hora era difícil conseguir una 4 x 4. El párroco tenía una, pero la cocada de sus neumáticos estaba tan delgada que se les veía el aire el aire a través de la llanta y los frenos estaban tan mal regulados que al pisarlos, la camioneta se estacionaba a la derecha, lo cual no era mucho problema durante la ida, porque el cerro el cerro estaba a la derecha, pero al regreso podríamos terminar desbarrancados. Como uno de los médicos perdidos era el ginecólogo del hospital de Policía y tenía el grado de Coronel de Sanidad, acudimos a la policía. Quizás nos podrían ayudar con una camioneta nuevecita que estaba estacionada frente a la Comisaría. Cuando los policías se enteraron que uno de los tres perdidos era Coronel, enviaron la camioneta con chofer, pero también avisaron a Radio Programas y a Panorama Canal 5 que salían “al rescate de los médicos y el coronel perdidos” y armaron todo un alboroto. El policía piloto decidió llegar al huayco por el camino contrario por donde se supone estarían pero no los encontraron. Regresaron para hacer el mismo camino que hicimos el día anterior y hacia el mediodía los encontraron inesperadamente cerca de Andahuaylas. El Coronel tenía la gorra al revés como Daniel el travieso y con una onda de jebe tiraba piedras a los perros que salían a ladrarlos. Su aspecto era tan cómico que el policía creyó que lo habíamos engañado y que no era coronel y llamó a su base para dar su la descripción. Un general desde Lima confirmó la descripción y dijo que si además tenia el pelo demasiado largo para ser policía y la gorra no le entraba bien, si era el Coronel de Sanidad.

Después de descansar durante la tarde del lunes, nos contaron lo que había pasado.
Mientras intentaban dar alcance al gobernador encontraron un cruce. A la izquierda se divisaba un pequeño caserío y a la derecha, algo mas lejos, un pueblito algo mas grande. Decidieron ir a la derecha sin saber que el gobernador había tomado el camino contrario.
Al llegar al pueblito llamado Huanpica , tardaron en convencer a la población, pero finalmente consiguieron el apoyo de una cuadrilla de trabajadores y un pequeño tractor.
Cuando llegaron de regreso al lugar del huayco, ya no nos encontraron y el tractorista opinó que su máquina era muy pequeña para remover el derrumbe y que con lo resbaloso del terreno, era demasiado arriesgado intentarlo y decidieron regresar a su pueblo.
Los tres médicos veían las luces de la combi que se alejaba lentamente pero no podían calcular la distancia. Intentaron acelerar la marcha pero al mayor de los médicos le empezaba a afectar la altura y el cansancio y mientras uno le servía de apoyo usando una rama como bastón, el otro con su onda de jebe, espantaba los perros que salían de cada choza a ladrarles. Cuando se acercaban a la tienda, se cruzaron con los campesinos que nos ayudaron a sacar la combi del barro y dos de ellos los acompañaron al lugar, pero nosotros ya habíamos partido.

Decidieron dormir allí y esperar nuestro regreso. El tendero contó que no pudo dormir con el trío de ronquidos iguales a los de los tres chiflados Larry, Curly y Moe. Apenas amaneció reiniciaron la caminata y cuentan que la bajada hasta el río no fue mucho problema pero la subida por la otra ladera era tan fuerte que temían que el mayor no resistiera. Pero ya no era domingo 7, sino Lunes 8 cuando escucharon el ruido lejano del motor de una motocicleta. La suerte empezaba a mejorar -pero no soy supersticioso-. A los pocos minutos la moto estaba a la vista y los tres parados en medio de la pista la detuvieron, ofreciéndole al piloto cinco soles por subirlos uno por uno. La moto subía y bajaba hasta la carretera y terminando de subir al tercero la policía los encontró.

Perdimos el avión del lunes y tuvimos que cambiar los pasajes para el siguiente vuelo que saldría el miércoles si las nubes y la lluvia lo dejaban entrar al aeropuerto de Andahuaylas.
El miércoles fuimos citados al aeropuerto a las 6:30 am. El avión, un pequeño Antonov ruso para 48 pasajeros llegó a las 7:45 y debía partir a las 8:10 am. pero a último momento llegaron al aeropuerto dos pasajeros de emergencia: una señora con fractura de cráneo y otra embarazada con riesgo de pérdida. Ambas tenían la suerte de viajar hasta Lima rodeadas de médicos pero para llevarlas, dos pasajeros voluntarios debían quedarse hasta el viernes pues el avión estaba repleto y por la altura del aeropuerto y el frío era muy arriesgado sobrecargarlo. Ningún pasajero quería quedarse y menos nosotros pues sería nuestro segundo vuelo perdido y en Lima nos esperaba mucho trabajo. El gerente de la línea aérea imploró que dos residentes de Andahuaylas se quedaran y que los médicos acompañaran a las enfermas durante el viaje y las internaran en un hospital en Lima ó para que viajen todos, tendrían que bajar todo el equipaje para disminuir peso. Finalmente y tras mucho insistir, dos voluntarios locales se quedaron y pudimos despegar.
En Lima dormí como si fuera un oso en hibernación antes de reintegrarme al trabajo.

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