domingo, 12 de abril de 2009

ANTEOJOS EN ZONA ROJA. RIOJA Octubre 1993

Son tiempos difíciles para los negocios en Lima que no se repone del terror causado por Sendero Luminoso y el MRTA. Frente a mi negocio hay un edificio del Fondo de Pensiones Militar-Policial que sufrió dos atentados el año pasado. En el primero, los pedales de freno y embrague de un coche-bomba en su puerta volaron por encima del Paseo de la avenida Pardo en Miraflores, cayeron sobre la puerta de vidrio de mi local y la onda expansiva de la explosión rompió varias vitrinas de nuestra óptica. Meses después, los terroristas hicieron explotar un maletín-bomba frente al edificio. Aunque causó más pánico que daños, también rompió mi puerta de vidrio. Estoy haciendo malabares para cumplir con las obligaciones de la empresa porque las ventas han bajado mucho debido al temor de la gente de circular por esta avenida en la que se han concentrado la mayoría de los atentados . El cine El Pacífico, el Banco de la Nación, Aeroperú, el Banco Latino, el Banco Wiese, dos Agencias de Viajes vecinas, la Embajada de Brasil y el edificio de la Caja de Pensiones Militar-Policial son algunos de los atentados que han hecho huir a la clientela de esta zona comercial de Miraflores.

El timbre del teléfono me saca de mi concentración en el trabajo administrativo y financiero de la Óptica Gafas. Es mi amigo Alfredo Otero Balestra, médico oftalmólogo quien desea conversar conmigo sobre el trabajo que un grupo de médicos está haciendo en poblaciones alejadas de Lima. En su consultorio me muestra una larga lista de atenciones oftalmológicas efectuadas en Lamas, pequeño pueblo en el Departamento de San Martín, muy cerca de Tarapoto. Hace unos meses estuvo ahí atendiendo gratuitamente por segunda vez a la población con un grupo de médicos de diferentes especialidades.

-“Tengo un problema –me dijo el Dr. Otero- y necesito tu ayuda. Hace un añocuando atendí a la población de Lamas por primera vez, curé, operé y receté anteojos pero acabo de estar por segunda vez y la mayoría aún conserva su prescripción para lentes porque no existen ópticas en Rioja, los hospitales del estado no brindan ese servicio y los pacientes no tienen suficiente dinero para viajar a alguna ciudad importante donde puedan preparar sus anteojos. Por desconfianza no los encargan a Lima pues anteriormente comerciantes sin escrúpulos les han cobrado por adelantado y no les han enviado nada.”

“Esta vez –prosiguió el doctor- vamos a estar una semana en Rioja, al norte del departamento de San Martín. ¿Te animarías a acompañarme con tu técnico y llevar anteojos económicos con lunas de las medidas mas usuales?. Sé que no vas a ganar dinero pero te aseguro que regresarás feliz. Tómalo como unas vacaciones y todos saldremos ganando”

-“Necesito vacaciones con urgencia y no conozco Rioja –le contesté- ¿Cuándo partimos?”

Viajaremos en dos semanas –me dijo- y atenderemos en dos lugares; en el hospital del Seguro Social de Rioja y en otra población no muy lejana. El Seguro Social corre con los gastos de alojamiento y alimentación y nosotros trabajamos gratis. Compra tu pasaje en el mismo vuelo para llegar juntos. Trata de llevar algunos anteojos para donar pero no dejes de llevar algunas monturas finas por que nunca faltan algunos adinerados que nos piden consulta privada. Quién sabe si son madereros, ganaderos ó narcotraficantes, pero ellos aprovechan que llegan médicos especialistas a su región. Con sus compras podrías cubrir tus gastos.

El domingo muy temprano llegué al aeropuerto acompañado de Jesús Zambrano, mi técnico óptico, una biseladora y un lensómetro dentro de una gran caja de madera que hice confeccionar para que los equipos no se maltraten, una maleta repleta de anteojos y un maletín de mano con cristales y resinas. Ya había un grupo de médicos reunidos, un otorrinolaringólogo, un cardiólogo, un médico general y dos oftalmólogos.

Tras una hora de vuelo, el enorme avión de Americana de Aviación estaba a punto de aterrizar en Rioja y por las ventanillas mirábamos extasiados la gigantesca alfombra verde de nuestra amazonía, que nunca dejará de asombrarnos. Ya casi sobre la pista de aterrizaje, notamos un gran movimiento de tropas en los extremos y al bajar por la escalinata nos esperaba una gran camioneta policial de doble cabina para trasportarnos hasta el hotel bajo custodia policial –algo inusual para nosotros-. Las tropas no se retiraron hasta que el avión despegó de regreso a Lima. El oficial a cargo de nuestra custodia nos explicó que en un reciente ataque, los terroristas habían destruido el local de la comisaría de Rioja y temían atentados contra los aviones. Junto a la entrega del equipaje, un empleado de la aerolínea entregaba los revólveres de varios de los pasajeros.

Una comitiva del hospital del Seguro Social y autoridades de la ciudad nos recibieron y luego de instalarnos en un pequeño hotel, nos hicieron un recorrido turístico por la ciudad, luego por una piscigranja de tilapias y un pequeño zoológico; Al regresar al centro de la ciudad nos esperaba una sorpresa. Un grupo de jóvenes danzarines ataviados con vestidos típicos nos daba la bienvenida en un restaurant mientras la comitiva nos ofrecía bebidas, tragos típicos y un gran almuerzo. Esa tarde fuimos a conocer el hospital y reconocer nuestras ubicaciones. Al día siguiente empezaría un arduo trabajo.

Los pacientes no lo podían creer. Su pequeño hospital estaba siendo atendido por médicos especialistas provistos de una buena cantidad de medicinas. El Dr. Huivín –médico riojano- sacaba partido a la visita de sus colegas de Lima asistiendo en las cirugías. La enfermera Chuchón –los apellidos son reales- aprovechaba para hacerle lentes a su papá. Las recetas de los oftalmólogos eran atendidas de inmediato en nuestra óptica de campaña ubicada en unos de los corredores a precios bajísimos y los pacientes podían observar la preparación de sus lentes y regresar a casa con sus anteojos nuevos. Los pobladores se fueron pasando la voz y en la tarde las colas eran interminables. La administradora del hospital ó una asistenta social me indicaban quienes eran los pacientes indigentes para entregarles los lentes que había conseguido para donar.

Extenuados, los médicos se retiraron a descansar a las 7 de la noche pero nosotros recién pudimos terminar de atender sus recetas pasadas las 10 pm. La sonrisa agradecida de los pacientes y las felicitaciones expresas por nuestro trabajo, nos impedían retirarnos hasta no cumplir con el último en la cola. Miré la cara de cansancio de mi técnico que no había parado de hacer montajes toda la tarde y la iluminación ya era muy deficiente. Entonces le pregunté a uno de los pacientes si podría regresar mañana por sus lentes. “¡Claro que sí! –me dijo sin apenarse- el clima está bueno y puedo dormir en la puerta del hospital porque vivo a seis horas de aquí.” Eso fue suficiente. Nos quedamos hasta terminar.


Cuando llegamos al hotel, los médicos ya se habían duchado, cambiado y estaban terminando de comer una deliciosa cecina con tacacho. Felizmente el cocinero guardó un poco para nosotros. Después de cenar pedimos por teléfono a Lima las lunas con medidas complicadas que no tenemos en stock. Llegarán en el siguiente vuelo de AeroCóndor el miércoles. Luego salimos a caminar por la ciudad, tomamos un macerado de aguardiente con uña de gato y nos sentamos en la Plaza de Armas. A pesar de los recientes ataques terroristas, la población sale a la plaza cada noche pues hay una sola discoteca y no tienen cinema.

- “¿Cómo estas pasando tus vacaciones?” me preguntó el Dr. Otero

-“Cuando la gente cambia su expresión incrédula por una sonrisa al notar que han recuperado su visión, mi cansancio desaparece” –le respondí-. “Se prueban los lentes y leen en voz alta, sacan sus agujas para comprobar que nuevamente pueden coser y sonríen mientras me demuestran de diversas formas su agradecimiento.”

-“¿Y has podido vender algo?”

-“¡Ni te imaginas! -Le respondí- “Todo aquel que lo necesitó se ha ido con sus anteojos nuevos. El gran volumen ha compensado los precios tan baratos y las donaciones.”

Continuamos atendiendo cada día y las colas no disminuyeron nunca. El miércoles a medio día mientras fuimos a recoger una encomienda con cristales a AeroCóndor, aprovechamos para ir a la oficina de Americana a reconfirmar nuestros pasajes de retorno para el domingo.
¡Increíble! Americana está en quiebra y ha cancelado sus vuelos. Estamos varados en medio de la selva y de la subversión en una zona conocida como roja. Mañana nos harán saber si otra aerolínea acepta el endoso de los pasajes.

El médico general y el otorrino salieron el jueves a atender en una población vecina. Mientras estaban en una escuela que les servía de consultorio se desató una balacera entre una patrulla del ejército y una columna terrorista. Todos tuvieron que permanecer echados en el suelo durante largos minutos hasta que el jefe de la patrulla confirmó la huída de los atacantes. La atención de los pacientes se reinició pero con mucho nerviosismo. Cualquier ruido causaba sobresalto a médicos y pacientes.

Continuamos atendiendo en la óptica de campaña. A pesar de la cola, la gente no se desespera. Están muy entretenidos mirando como marcamos, devastamos y biselamos los cristales y luego hacemos el montaje en los marcos elegidos. Todos quieren probarse los lentes y no tenemos suficientes espejos. Algunos tienen curiosidad por saber que se ve dentro de nuestro lensómetro, el instrumento para verificar el poder de los cristales y marcar los centros ópticos. Muchos creen que es un microscopio. Hay congestión y hasta cierto arremolinamiento a nuestro alrededor pero no se ha perdido ningún anteojo. La gente es muy honrada.

Son casi las 9 pm. Los médicos han terminado sus consultas hace casi dos horas y acaba de llegar una jovencita que quiere que atiendan a su mamá en su casa. Dice que su abuelo que es ciego y cree que su mamá también se está quedando ciega. La hija sale a trabajar todo el día y cuando llega, es tarde para traerla al hospital y no alcanza ticket de atención. Le comuniqué que lamentablemente los médicos ya se retiraron pero le hice algunas preguntas acerca del problema visual y la edad de su mamá. Por sus respuestas parece que solo se trata de presbicia avanzada. Me ruega que yo la vea y que tiene un mototaxi esperando en la puerta. Metí en el bolsillo de mi mandil, tres anteojos para presbicia de diferentes graduaciones, una cartilla de control de lectura, mi linternita de mano y nos fuimos hacia su casa en el ruidoso vehículo por calles con cuestas y bajadas.

Para entrar a la modestísima vivienda había que hacer equilibrio y , casi a oscuras, atravesar una acequia sobre un tronco que servía de puente. La puerta es una plancha de calamina clavada sobre un irregular marco de palos. Ingresamos a un gran ambiente de piso de tierra que sirve de sala-comedor-cocina. A la izquierda, sentado en una silla junto a una columna de madera estaba el abuelo invidente. La mamá hacía con dificultad sus labores en la cocina debido a su mala visión. La hice leer el titulo de un calendario colgado al otro extremo de la habitación y no tuvo mayor problema, pero de cerca ve muy mal. Es solo una presbicia. Escogí el lente que corresponde a su edad y la señora se puso a leer de corrido la letra pequeña; la hija le trajo aguja é hilo y la enhebró sin dificultad. No esperé que se emocionaran tanto. Ambas lloraban y se abrazaban. En su ignorancia creían que era magia ó un milagro. La mamá quería regalarme un chancho vivo. Le advertí que ese lente es provisional y que apenas pueda debe medirse la vista para su graduación exacta.

Y pensar que hay gente que se aprovecha y abusa en casos como este. Saqué mi linternita y me acerqué a saludar al abuelo. Conversando sobre sus síntomas y alumbrando sus pupilas noté la turbidez de su cristalino. Parecía tratarse de cataratas. Un examen médico lo podría confirmar. Si sus retinas no están dañadas podría recuperar la visión. Les dije a los familiares que deberían llevarlo al hospital para que los médicos evaluaran si era posible operarlo y devolverle la visión. Yo ya no estaré cuando eso suceda..

Regresé al hospital en el mototaxi y encontré a Jesús guardando los lentes. El policía encargado de nuestra custodia, al verme bajar del vehículo y entrar al hospital, recién se enteró que yo había salido solo y muy preocupado me advirtió sobre el riesgo que había corrido. Los terroristas recurren a too tipo de engaños para sus secuestros. Le agradecí por su preocupación y sus consejos y lo invitamos a comer.

Nos recomendó un lugar donde preparan majaz, un gran roedor selvático parecido a la nutria. Su carne es una delicia. Para cazarlo hay que internarse de noche en la selva cerca de los riachuelos y esperar en silencio absoluto que se acerquen a tomar agua, sin quejarte siquiera de las picaduras de insectos ó rascarte fuerte. Nuestro custodio sale a cazarlos en sus días libres y le he ofrecido que antes de irme le dejaré lo que queda de mi frasco de repelente. Me agradeció como si le hubiera regalado un lingote de oro.

Llegó el sábado y todos hemos trabajado casi sin parar de 8 a 8. Hoy llegaron a atenderse agricultores, ganaderos y madereros y compraron todos los anteojos finos cuya utilidad cubrió ampliamente el monto de los anteojos donados a los indigentes. Mañana es el retorno y recién AeroCóndor ha aceptado el endoso de los pasajes de Americana. Regresaremos el domingo a Lima en un pequeño avión ruso Antonov para 28 pasajeros. Una preocupación menos. Esta noche las autoridades del pueblo y del hospital nos han preparado una despedida con cena danzant y algunos discursos, unos cortitos pero emotivos y otros largos y cursis. La campaña fue un éxito completo y ya nos están pidiendo otra igual en Yurimaguas en Noviembre antes que empiecen las lluvias.

La policía nos custodió hasta el aeropuerto y el ejército volvió a desplegar tropa en las cabeceras de la pista de aterrizaje hasta que el pequeño avión hubo despegado. Tras pasar la cordillera oriental, el piloto voló a media altura recorriendo el Callejón de Huaylas mostrándonos todos los nevados de la Cordillera Blanca, el Huascarán entre ellos, la laguna de Llanganuco y la enorme huella del huayco que sepultó la ciudad de Yungay durante el terremoto de 1970.

Llegamos a Lima con el espíritu muy en alto. Nuestro ánimo se ha renovado más que en unas vacaciones comunes. Las recetas del oftalmólogo por fin se convirtieron en lentes para una población necesitada. Cada poblador consiguió lentes a la medida de sus ojos y de su bolsillo. Y yo tuve unas vacaciones poco comunes pues cubrí los gastos del viaje y hasta pude disminuir algunas deudas. Todos salimos ganando como lo pronosticó mi amigo Alfredo.

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