domingo, 12 de abril de 2009

Entre Pisco y Nazca 26 de Octubre del 2004




Mi viaje a la sierra me obligó a postergar la atención de mis clientes limeños y recién estaba nivelándome cuando se acercaba el cumpleaños de Marinés quien había tenido una semana de mucho trabajo en la Biblioteca. A manera de compensación, le otorgaron la tarde libre el viernes 22 –día de su santo- y para celebrarlo y reducir el stress, decidimos huir de Lima . Hice una reserva en la Hacienda Ocucaje ubicada exactamente entre Pisco y Nazca, al sur de Ica. Hace algún tiempo esta hacienda vitivinícola transformó sus casas en hotel campestre.

La noche del jueves nuestro hijo Roberto, al enterarse de nuestro itinerario nos recomendó averiguar si podríamos llegar hasta Ica porque durante una protesta, los agricultores iqueños habían bloqueado la carretera y un puente cerca de Chincha y su empresa tenía varios camiones cargados de cebolla blanca detenidos en ese lugar. Llamamos al hotel y nos recomendaron esperar hasta el viernes en la mañana para comunicarnos si despejaban la pista. Claro que podrían cambiarnos las reservas para otra fecha pero la ilusión de Marinés era viajar en su cumpleaños y teníamos los maletines preparados. Las noticias por televisión esa noche fueron desalentadoras. La carretera llena de piedras y los agricultores enfrentándose con la policía.

El viernes por la mañana volví a comunicarme con el hotel en el preciso momento en que por otra línea ellos se comunicaban con Soyuz Perú Bus, la mas grande empresa de transporte de pasajeros de Ica cuyos buses parten cada 10 minutos. La protesta ha terminado, la carretera ha sido despejada y los vehículos ya están circulando.

Premunidos de un jean, una casaca, dos polos y ropa de baño nos subimos a nuestra antigua pero bien conservada cafetera –un Toyota Corolla del año 82, coincidentemente de color café- y partimos rumbo al Sur. Nos detuvimos a almorzar en San Luis de Cañete en el famoso restaurant El Piloto.

¡¡Chupe de camarones!! leyó Marinés en la carta, relamiéndose los labios.

¡¡Camarones!! dije yo casi a coro y tras una muy ligera ojeada a la carta, ordenamos el almuerzo.

Pedimos el antojado chupe y un jugoso ají de camarones con bastante arroz -para remojar en el juguito-, pero antes, a manera de piqueo y para apaciguar los jugos gástricos, pedimos unos camarones a la plancha,. con sal y limón solamente.

¿Y para tomar? Preguntó el mesero

Una cerveza Cusqueña y una Fanta.

Los meseros asumiendo que la cerveza es para mí, la ponen en mi lado y se disculpan cuando notan que Marinés cambia las botellas de lugar y se sirve la cerveza, que es una de las pocas bebidas que no me gustan. Quizás tomé demasiadas en mi época universitaria, no solo porque se ajustaba a la economía de los estudiantes sino por seguridad; los otros tragos si los conseguíamos baratos, podíamos tener la certeza de que eran falsificados, dañinos ó de pésima calidad y causantes de una resaca insoportable.

Compartimos los deliciosos y muy frescos camarones en los tres tipos de preparación y no dejamos ni lo que recomiendan las mas elementales normas de etiqueta. Luego de un café bien negro para evitar el sueño, partimos hacia Ica sin mucho tráfico en la carretera. Posiblemente las noticias de las protestas desanimaron a muchos conductores.

Al ingresar a Chincha no notamos ningún movimiento pero ambos nos manteníamos muy atentos ante la calle principal inusualmente vacía, cuando de pronto de una pequeña bocacalle de tierra apareció un gentío que irrumpió violentamente en la pista obligándome a disminuir la velocidad. Era un numeroso grupo de gente caminando a paso ligero siguiendo a una vieja camioneta pick up. A diferencia de una protesta, esta era una multitud silenciosa que invadía la carretera Panamericana Sur. Nos acercamos con cautela y notamos que poco a poco se fueron ordenando sobre el carril derecho dejando libre el paso de vehículos con dirección al norte. Nos acercamos un poco mas y apenas se desocupó el carril izquierdo, adelanté a los caminantes. Al pasar junto a la camioneta de carga pudimos ver un modesto ataud. Se trataba de un humilde pero numeroso cortejo fúnebre con rumbo al cementerio de Chincha. Marinés y yo solo nos miramos mientras dejamos salir un suspiro de alivio.

Ahora si, atravesamos el puente de Chincha, hasta ayer interrumpido y la carretera había sido totalmente despejada. No quedaba una sola piedra. Pasamos los cruces de carreteras, uno hacia la sierra de Ayacucho y el otro que se dirige al mar, a la ciudad de Pisco y llegamos a Ica.

Ya estamos –literalmente- entre Pisco y Nazca pero todavía no probamos un solo trago de esta zona pisquera y vitivinícola. Un pequeño cartel de la Hacienda Ocucaje a 34 km al sur de la ciudad de Ica, casi sobre el desvío, nos indica el ingreso al angosto camino de tierra hacia el oeste. La entrada es algo difícil porque se inicia sobre un puente -mas angosto aún- que cruza una acequia al borde de la carretera. El caminito entre cultivos de algodón, desaparece de pronto al llegar a una loma árida y se convierte en un abanico de huellas que desconcierta a los visitantes primerizos, pues al terminar la loma aparece otra parecida y ninguna de las huellas tiene apariencia de camino principal y mis recuerdos de ocasionales visitas a Ocucaje casi se desvanecen por el tiempo transcurrido -35 años- cuando con Andrés y Virgilio Rubini, compañeros de estudios universitarios veníamos a la fiestas de la vendimia. Decidí tomar el camino con menos baches y luego de varias lomas apareció ante nuestros ojos el valle de Ocucaje tras un inmenso arenal poblado de decenas de casitas de caña y barro. Poco a poco, todas las huellas dispersas en la redondeada loma empiezan a unirse entre ellas para confluir en un camino.

Si para nosotros que llegamos al atardecer, nos causó desconcierto la ausencia de señalización, me imagino la sensación desagradable para los que llegan conduciendo de noche por primera vez. Sin embargo, el lugar es tan acogedor que a los pocos minutos nos relajamos completamente contemplando los jardines y la caída del sol en los alrededores de la piscina con un delicioso Pisco Sour de bienvenida y encontrando un ramo de flores para Marinés en la habitación. Las antiguas casonas han sido bien aprovechadas para convertirlas en un cómodo alojamiento con habitaciones grandes y bien ventiladas, baños limpios y con agua caliente.

Allá por el año 1969 durante el gobierno militar del General Velasco Alvarado, la Hacienda Ocucaje, como todas las grandes haciendas peruanas, fue expropiada por un proceso de reforma agraria, con valorizaciones tan bajas que equivalían a una confiscación. El fracaso de la reforma fue estrepitoso y la mayoría de las tierras entraron en un proceso de reprivatización. Tres décadas después, la familia Rubini ha vuelto a comprar las casas que les pertenecieron para convertirlas en hotel turístico campestre al lado de su antigua bodega, que por tratarse de industria de vinos y piscos, se libró de la reforma agraria.

Durante esta larga etapa, su industria sobrevivió importando mostos –concentrados de uva- argentinos y chilenos, pues los campesinos peruanos mataron las viñedos para dedicar la tierra a cultivos menos complicados. Actualmente el departamento de Ica está recobrando su tradición y los nuevos cultivos de vid abastecen con uva nacional el 30% de las necesidades de la industria vitivinícola.

Anocheció mientras saboreábamos nuestro Pisco Sour y por tratarse de un valle enclavado en medio del desierto de Ica la temperatura bajó bruscamente hasta 13° C. Durante la primavera suele llegar a 30° C al medio día. Nos abrigamos antes de jugar una partida de tiro al Sapo. Mientras yo lanzaba las fichas de bronce y lograba hacerlas caer en los diferentes agujeros de bajos ó medios puntajes, Marinés las lanzaba dentro de la boca del sapo y lo hacía con tanta frecuencia que era imposible ganarle. La llamada para la cena me salvó de una tunda mayor. Un gran galpón antiguamente utilizado como caballeriza es ahora un comedor y discoteca, rebautizado como Piscoteca en honor al famoso licor peruano. La cena fue liviana, adecuada para dormir bien, pero antes, en el club house, pasamos un rato muy agradable en el karaoke junto a una bella chimenea cuyo original brasero era una sección de un antiguo motor de camión.

Amaneció con sol radiante el sábado. El transporte nos espera para visitar los fósiles de ballenas y otros animales en el desierto vecino. El huevo revuelto con tocino y con jamón está espectacular. El pan no está suave pero a buen diente no hay pan duro. El camioncito acondicionado como transporte panorámico no es suficiente pues el hotel está lleno y el hotel ha contratado un pequeño bus adicional para ver los fósiles de millones de años de antigüedad. La prueba del carbono 14 no ha podido determinar la edad del destartalado pero cumplidor bus que atravesó el valle hasta llegar al desierto donde un joven paleontólogo nos guió hasta los esqueletos petrificados de dos ballenas prehistóricas ó balenoptéridos, una raya gigante y un armadillo. Mientras nos explicaba los detalles de cada fósil, se lamentaba de la falta de protección estatal y la contínua desaparición de importantes restos en estudio. Los pobres habitantes de la zona, sin educación y sin civismo, colaboran con el saqueo a cambio de dinero y fósiles enteros terminan en universidades y museos extranjeros.
Nos pidió subir al bus para trasladarnos a otra zona del desierto y mostrarnos el esqueleto petrificado de un enorme cocodrilo de la era cuaternaria. Sería la última visita pues es casi mediodía y el calor se va haciendo cada vez mas fuerte. Subimos una ladera pero no ubicó los restos. ¿Podría una paraca –la tormenta de arena de la zona- enterrar nuevamente los fósiles? En esta zona es lo contrario. Los vientos fuertes van dejando expuestos los fósiles y la arena es depositada en otros lugares formando dunas. El chofer confirmó que era el lugar correcto. Definitivamente, las enormes rocas con los restos petrificados del cocodrilo han sido robados.
Es decepcionante para mi y debía serlo para todos, ver que la ganancia ilegal individual está afectando a toda la comunidad que puede perder un ingreso turístico permanente mientras el estado peruano permanece inerte.
A los turistas extranjeros les pareció increíble que esto suceda, sin embargo algunos de los peruanos lo tomaron a la broma y a su equipo de voley lo llamaron “El Cocodrilo Perdido”.

Un recorrido por la bodega, la cata de vinos y piscos y el almuerzo criollo nos levantó el ánimo. Causa rellena, anticuchos, ceviches, rocoto relleno, seco de cabrito, frejoles, adobo de cerdo, chicharrones, mazamorra morada, arroz con leche, bavarois de chirimoya, pastel de lúcuma... barriga llena...corazón contento y a dormir la siesta en una perezoza junto a la piscina tras dar cuenta de un Daiquiri de pisco con durazno y otro con limón.

En la noche terminamos una partida de billar y comenzamos una de tiro al Sapo cuando apareció un fraile franciscano con una campanita y un lamparín, recorriendo todos los ambientes del hotel llamando para la cena. Una vez reunidos los comensales nos guió hasta la bodega de vinos donde a la luz de las velas los frailes nos sirvieron buen vino y rica comida. Tras la cena, la torta de cumpleaños –Marinés no era la única que cumplía años- y empezó el show, las canciones y la música que un grupo musical con dos buenos cantantes interpretaron a pedido de los asistentes. La velada se extendió hasta pasada la medianoche.

Pero como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, llegó el domingo, día del retorno. Pasamos la mañana en la piscina, descansando, tomando sol y bebidas y observando un entretenido y reñido pero tugurizado y salpicado partido de acuavoley. Tras un suave almuerzo, nuestra antigua pero potente cafetera Toyota nos trajo tranquilamente hasta casita.

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