domingo, 12 de abril de 2009

JORNADA MÉDICA EN LA CORDILLERA Octubre 2006




Los días están soleados y las noches estrelladas. Todos los cerros están siendo arados, listos para sembrar las mejores y mas variadas papas del Perú. Apenas lleguen las lluvias todas las laderas se pondrán verdes en Andahuaylas. La ciudad ha crecido mucho. Cuando vine por primera vez en el 2001 a una jornada médica, mi teléfono celular era visto como algo mágico. Hoy, además de celulares hay decenas de cabinas de internet a lo largo de los tres distritos principales en el valle del río Chumbao, Talavera, Andahuaylas y San Jerónimo que han crecido tanto que hoy forman prácticamente una sola ciudad.

Leonarda, nuestra extraordinaria amiga andahuaylina, tuvo que hacer denodados esfuerzos tratando de hacer coincidir los días libres de varios médicos especialistas para realizar la jornada médica anual en San Jerónimo, su pueblo natal. Finalmente ha logrado coordinar una fecha con los odontólogos, el cardiólogo, la otorrinolaringóloga, la médica general y el ginecólogo, pero uno de sus mas antiguos colaboradores, el oftalmólogo Alfredo Otero acaba de ser operado por un problema circulatorio en las piernas y aunque el está dispuesto a viajar, su médico no se lo aconseja por los cambios bruscos de altitud y mucho trabajo durante su convalecencia. Para complicar la situación, para las mismas fechas, mi hermana Cristy y yo tenemos programado el exámen visual del personal de una empresa pecuaria en el norte chico y que por su tamaño y la dispersión de sus núcleos laborales necesitamos al menos tres optometristas.

¡Me van a causar un infarto! –decía Leonarda- pues la atención de ojos y lentes son de los mas solicitados. Pero sus latidos empiezan a normalizarse cuando Alfredo consigue en su reemplazo a una joven pero experta oftalmóloga del Hospital Dos de Mayo –Dra. Bety Yañez- y yo conseguí quien me sustituya en la costa. El alma le volvía al cuerpo pues parece que todos podrán viajar el Martes 10 de Octubre y retornar el domingo 15.

En el aeropuerto de Andahuaylas por la baja presión atmosférica y poca sustentación, solo pueden despegar pequeños aviones y por la escasa demanda, sólo una línea aérea –AeroCóndor- cubre el trayecto Lima-Ayacucho-Andahuaylas y vuela solo tres veces por semana. No hay cupo para todos en el mismo vuelo. Tres tendrán que volar el jueves 12. Yo seré uno de ellos pues al llegar podré atender las recetas de las mediciones de vista de los días anteriores.

Un vuelo de 75 minutos en un bimotor Fokker 27 me llevó hasta el aeropuerto de Andahuaylas en la zona denominada Huancabamba a una altitud mayor de 3800 m.s.n.m. y desde allí bajé rápidamente hasta San Jerónimo -3000m- en una camioneta Station Wagon. Como el descenso es casi contínuo, noté que el chofer apagaba el motor de tramo en tramo para ahorrar combustible; maniobra peligrosa pues en caso de un desperfecto o en la necesidad de frenar bruscamente, hay poco control del vehículo. Ante mi advertencia reflexionó y dejó de hacerlo.


Como en años anteriores, el párroco de San Jerónimo, el padre Domingo, tuvo la gentileza de alojarnos en la casa de retiros que está a la vuelta de la iglesia. En el salón mas grande, los doctores Oscar Pérez y Leocadio García instalaron los consultorios dentales y la doctora Bety Yañez, el oftalmológico. A su lado, una gran mesa me sirvió para la óptica. La doctora Iris Stucchi, joven otorrinolaringóloga, utilizó una pequeña capilla tras el patio y atendió innumerables oídos tapados por cerilla, sinusitis, faringitis y una que otra amigdalitis.

Cuando llegué a San Jerónimo el jueves a las 10 de la mañana, empecé a atender las recetas de inmediato pues la Dra Yañez estaba trabajando desde dos días antes y se juntaron a mi alrededor todos los pacientes. Ni siquiera tuve tiempo de dejar el equipaje en el dormitorio. Hombres y mujeres de todas las edades, estudiantes con cansancio visual, mayores analfabetos con problemas para coser, bordar ó remendar; curar heridas ó hacer reparaciones pequeñas. Personas con conjuntivitis alérgicas ó con carnosidades producidas por el fuerte sol serrano y ancianos con cataratas. Tras un brevísimo lapso para el refrigerio, continuamos atendiendo hasta la noche tratando de ignorar el soroche que empezaba a molestar.


A cuatro cuadras de allí, en lo alto de una calle muy empinada, en el Convento de las Hermanitas Misioneras del Sagrado Corazón de María –uuffff, este nombre es tan largo como la cuesta para llegar al convento- se instalaron la doctora Roxana Huamantuma, medicina general, el cardiólogo Antonio Linares y el ginecólogo Dante Mendoza,. Este año, los médicos han traído un equipo de ecografía para lograr mayor velocidad y certeza en sus diagnósticos. La cola es enorme arriba en el Convento y aunque el trabajo fue agotador, los médicos no hicieron notar su cansancio. Solo con imaginarme cuántas polleras habrá levantado el ginecólogo ya me da taquicardia. En la noche, reunidos, compartíamos nuestras experiencias. Quienes asistieron por primera vez estaban sorprendidos del orden que permitió atender a mucha gente en poco tiempo.

La demanda por la atención médica ha sido descomunal. Cada especialista atendió un promedio de 100 pacientes por día y quienes no alcanzaban turno, tenían que regresar al día siguiente muy temprano a pedirlo. Muchos pacientes campesinos no hablan ni pizca de castellano y nosotros no sabemos quechua. Las novicias del convento, todas bilingües, apoyan sin desmayo en la traducción y en el trabajo administrativo. Organizan el ingreso ordenado de los pacientes, registran sus datos y anotan los diagnósticos y tratamientos y no pierden la sonrisa durante toda la jornada.

Cada año aumenta la demanda por lentes de sol con protección UV y lentes para visión cercana. Ese día, yo estaba probando el primer lente de su vida a una señora analfabeta de 60 años. Cuando le dí una cartilla con figuras de diferentes tamaños, ella se lanzó a hablar en quechua una larga alocución. No tenía cuando parar. Le pedí a la intérprete que le avisara que el lente podía causarle un mareo inicial, pero la señora no paraba de hablar:
-¿Qué está diciendo?- pregunté
-¡Está describiendo todos los dibujos de la cartilla, formas, colores, tamaños!-Dijo la intérprete- ¡Está emocionada porque ve muy bien. Ella creía que se estaba quedando ciega!

Un anciano sin dientes llegó el jueves muy temprano, esperó con paciencia su turno y pidió dentadura postiza completa arriba y abajo. El viernes por la noche la probó, el sábado le hicieron unos ajustes y el domingo en la madrugada fue a despedirse del dentista con la sonrisa de oreja a oreja. Al atardecer, cuando la iluminación escaseaba en los improvisados consultorios odontológicos, Mary Palla, una colaboradora italiana, tomaba una lámpara de mano é iluminaba la boca de los pacientes durante horas –sin pensar en el dolor de espalda del día siguiente- hasta que los médicos habían concluido las curaciones, las extracciones y las dentaduras postizas.

Mary Palla vive en Italia y viene cada año con donaciones para la jornada médica; luego regresa a su país con fotos, videos é informes que le ayudan en su recaudación para la siguiente campaña. Su hermano vive en el Perú y su esposa –Norma- una peruana de gran corazón, colabora con la organización.

Las cenas fueron muy frugales pues la digestión es muy lenta en la altura. Un poco de pan serrano sin miga con mermelada de sauco, unos enormes granos de mote, algo de queso para los famélicos y una gran taza de mate de coca para contrarrestar el soroche.

El viernes la atención fue en Cupiza, una comunidad en las alturas de Andahuaylas a pocos kilómetros de ahí pero la carretera es difícil y el viaje demora casi dos horas. Es una pampa alta, ventosa y fría pero con pobladores muy acogedores. El padre Domingo fue muy gentil al prestarnos su nueva camioneta pick-up de doble cabina para trasladar hasta allá, la compresora para los equipos odontológicos y el ecógrafo. Durante la campaña del año pasado, su auxiliar, un joven sacerdote sin experiencia en manejo en cordillera se desbarrancó con su antigua camioneta. El curita quedó gravemente herido y la camioneta se volvió chatarra.

Mientras se efectuaban las consultas, un grupo de comuneros se dedicaron a preparar chicharrones de cerdo para brindarnos un refrigerio al terminar el trabajo. Algunos pobladores de San Jerónimo y Andahuaylas al enterarse del lugar de atención del viernes, se trasladaron hasta Cupiza é hicieron allí su cola.

Una campesina aprovechó la visita de los médicos para bautizar a sus hijos y pedirle a dos de ellos que sean los padrinos. Iris Stucchi y Leocadio García fueron los elegidos. La noche del sábado durante la misa se celebró también el bautismo de los niños y luego el Dr. Linares nos sorprendió a todos preparando unos deliciosos tallarines saltados con lomo y filetes a la parrilla con ensalada. Antes de hacer maletas, los promotores, los médicos, los colaboradores, el padre Domingo y el óptico, brindamos por el éxito y la acogida de la jornada médica en San Jerónimo.

El domingo a las 6 de la mañana partimos hacia el aeropuerto en dos grupos. Uno de ellos en la camioneta de doble cabina de la parroquia junto con todo el equipaje y el otro grupo en el que me encontraba, nos embarcamos en un taxi cuyo motor no quería encender y tuvo que deslizarse por la calle en bajada hasta lograr arrancar con la viada.
Antes de iniciar la serpenteante y larga subida hacia el aeropuerto, el chofer se detuvo a llenar combustible sin apagar el motor, seguramente temiendo que nuevamente falle el encendido y sin preocuparse que su irresponsabilidad podría causar un accidente.

Inició el camino de subida a gran velocidad para compensar el retraso en la estación de combustible. Ya empezaba a salir el sol entre los cerros. El parabrisas estaba muy sucio y cada vez que el taxi entraba en una quebrada y el sol alumbraba directamente su vidrio, el chofer se quedaba sin visibilidad y la recuperaba a la sombra del siguiente cerro. Estaba comentando con Leocadio y con Dante que debería detenerse a limpiar su vidrio cuando el chofer intentó bajar el protector para sol y durante ese segundo de distracción lo sorprendió una curva hacia afuera y se siguió contra el cerro, cayendo en una profunda cuneta entre la pista y el cerro. El taxi quedó totalmente inclinado hacia un lado y sin posibilidad de salir. La esposa de Dante estaba en el lado de la puerta que quedó hacia abajo y todos le caímos encima golpeándola contra las manijas. Temimos una fractura ósea pero felizmente fueron solo hematomas.
Logramos salir del vehículo sin daños serios y empezábamos a preocuparnos por no perder el avión cuando se detuvo una camioneta del Ministerio de Salud con una funcionaria que debía tomar el mismo vuelo y nos trasladó hasta el aeropuerto a tiempo para embarcarnos. El pequeño avión Fokker 27 tras sobrevolar las cordilleras de Apurímac y Ayacucho bajo un sol esplendoroso, empezó a descender cerca de Cañete, zambulléndose en las eternas nubes costeras hasta aterrizar en nuestra siempre húmeda Lima. Al llegar y despedirnos agradecimos a Dios que una jornada tan positiva no haya terminado en tragedia.

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