domingo, 12 de abril de 2009

AVENTURA NOCTURNA 30 de Noviembre del 2003

Mi trabajo fuera de Lima, los alimentos fuera de casa y problemas intestinales fuera de control, me impidieron participar en la regata de veleros cruceros, clase internacional el viernes 21 entre el Callao, Isla Grande de Ancón é Islote Pelado de Chancay, así que cuando mi amigo Carlos Durand me llamó para competir en su velero J-24 Mata Hari el viernes 28, insertándonos en la categoría cruceros nacionales, acepté de inmediato para sacarme el clavo. Éramos conscientes que nuestro J-24 sería el mas pequeño é incómodo de todos los veleros inscritos y que con vientos fuertes y mar movido estaríamos en seria desventaja pero estas condiciones no son las comunes en la costa limeña.

La tripulación completa es de cinco personas para un J-24 (24 pies de eslora es decir como 7.5 mts de largo). Es un casco muy marinero, estable y veloz para competencias en bahía y travesías cortas pero si el mar y el viento crecen demasiado, este velerito baja mucho su rendimiento en comparación con nuestros ocasionales competidores, todos veleros cruceros oceánicos de 35, 40 y hasta 60 pies de eslora.

Llegamos el viernes a las 6 pm al Yatch Club de La Punta a tiempo para la inscripción. La partida sería a las 8 pm en punto pero dos de nuestros tripulantes nos avisaron que por motivos de trabajo no podrían ser de la partida. Quedamos solo tres para gobernar timón y tres velas y hacer turnos pues la travesía dura normalmente 12 horas ó mas. Navegaríamos toda la noche, Julio, Carlos y yo. Julio es el marinero encargado a tiempo parcial del velero Mata Hari, pero también de otro velero más grande y tiene gran experiencia en el mar.

Varias botellas de Gatorade, algunos paquetes de galletas y unos sandwichs de pollo eran todos nuestros víveres. El viento está suave y el mar calmo. Esto nos favorece.

A último minuto Julio no nos puede acompañar. Su jefe titular ha decidido navegar esa noche. Carlos me mira y me dice : “Nos quedamos solos. Tu decides ¿partimos?”
A mi que para navegar soy un poco irresponsable, si me hacen esa pregunta, la respuesta era obvia: “Un rato tu al timón y yo a las velas y cuando nos de sueño cambiamos de puesto para despejarnos un poco”.
Tanta ilusión de competir y llegar hasta el Callao que la opción de abandonar no iba conmigo.

Partimos izando solo la vela mayor separándonos de los veleros muy grandes. Apenas tuvimos una ruta limpia de veleros, barcos anclados y boyas, subí el spinaker y empezamos a correr. Ante la falta de tripulación decidimos trazar una ruta fácil y con pocas maniobras y cerca de la costa, por seguridad. Tomamos rumbo de empopada hacia La Pampilla solo tres veleros, El Gitano –el más grande de los Clásicos, de casi 18 mts de largo- y el Mahogany, más moderno pero más pequeño con 11 mts y nosotros, los enanos de 7.50 mts. Todos los demás enrumbaron mar adentro a buscar vientos mas fuertes.

Las luces de navegación, la de la veleta y la de la brújula se apagaron. Revisamos la batería y tiene carga. Los fusibles aparentan estar bien. Imposible revisar toda la línea de cables sin detener la embarcación. Felizmente tenemos una potente linterna para señales. Tenemos que utilizarla en toda la ruta para verificar rumbo, veleta y ajuste de las velas. Por cierto, el radio tampoco funciona sin energía y no tenemos uno a pilas, pero en caso de emergencia, mi teléfono celular si tiene cobertura hasta las islas.

Un enorme barco que llega cargado de contenedores hace sonar su sirena avisándonos que está en el canal de ingreso al puerto. Ilumino nuestras velas en señal de respuesta. El viento ha aumentado y nos ayuda a terminar de cruzar el canal rápidamente antes que el barco pase. La mayoría de competidores que venían detrás nuestro prefirieron desviarse antes de cruzar el canal y dejar pasar al barco primero lo cual aumentó considerablemente nuestra ventaja. El Mahogany quedó detrás nuestro y el viento arremolinado que le deja nuestra vela lo obliga a cambiar de rumbo. Decidió pegarse bien a la playa, junto al aeropuerto y lo perdemos de vista entre las luces de bolicheras, aviones y edificios. Miramos hacia el oeste y tampoco divisamos a los demás veleros cuyas luces de navegación se confunden con las de los barcos pescadores de pota. Nosotros mantenemos el globo del spinaker bien inflado y nuestro rumbo invariable hacia la refinería de La Pampilla en cuyo cerro se divisa la enorme llamarada de su quemador de gases y que nos sirve como referencia en tierra para mantener el rumbo.

Llegamos a la playa de la Pampilla y tenemos que virar y enrumbamos hacia Isla Grande. Este viraje sin tripulación completa es complicado pues el timonel poco puede ayudar. El debe mantener un rumbo perfecto con el viento en popa para que el globo del spinaker no se desinfle mientras yo corro hacia proa y cambio el tangón que la sujeta de un lado y lo engancho en el lado contrario. Luego regreso corriendo a mi lugar para ajustar la posición de la escota y la braza que son los cabos que gobiernan la posición de esta vela. La maniobra salió muy bien y no perdimos ni rumbo ni velocidad. Ahora me toca timonear y Carlos gobernará la vela hasta las Islas de Ancón.

Estamos a la altura de Ventanilla y no sabemos como le ha ido con el viento a parte de la flota que escogió rumbo por mar adentro; solo divisamos las luces de dos veleros delante nuestro. Uno es el Gitano. El otro aún no sabemos pues vino entrando desde el oeste hacia la costa entre la bruma baja causada por la humedad y se puso delante de nosotros. No puede ser el Mahogany pues al pegarse demasiado a la costa se fue retrasando con el oleaje.

Estamos llegando a las islas de Ancón a la medianoche y aquí sacamos ventaja de nuestro pequeño calado pegándonos bien a la isla. El Gitano y el velero no identificado han tenido que abrirse mucho para no correr riesgo de encallar. Hay poquísima luna y en la oscuridad los debe asaltar el temor y la inseguridad. Nosotros también estamos nerviosos pero Carlos y yo somos anconeros y hemos recorrido estas islas desde la niñez, de día y de noche, con sol ó con niebla cerrada. Carlos volvió a tomar el timón y yo cambié de velas. Es primera vez que hago ese trabajo yo solo y para remate a oscuras Al terminar de bordear la Isla Grande debemos navegar casi contra el viento, lo mas ceñido posible para hacer la ruta mas corta de regreso al Callao, así que guardé el spinaker que sirve para navegar viento en popa y puse la Genoa, que sirve para ceñir, es decir, navegar casi contra el viento, en zigzag hasta La Punta.

Estábamos tan pegados a la isla que corrí hacia proa con la linterna para alumbrar las rocas y asegurarme que no hubieran escollos al frente. La oscuridad era total. Ya no había luna y la humedad de la madrugada aumentaba la bruma.

Estaba tan concentrado en mis maniobras que no me di cuenta en que momento dejamos atrás a los dos veleros cercanos. Tampoco sabemos cuantos veleros han reportado su paso por Isla Grande pues nuestra radio no funciona, pero adelantar a dos veleros mucho mas grandes que nuestro pequeño J-24 nos llena de emoción y la adrenalina nos hace seguir navegando sin descanso. Las galletas continúan en su empaque y solo hemos tomado una botella de Gatorade cada uno.

Definimos el rumbo, ajustamos la nueva vela al viento y aseguré su escota en la mordaza. La vela Genoa no requiere ajustes continuos así que recién ahora podremos descansar un poco por turnos. Dormité un poco sentado y recostando la cabeza en el barandal. Me puse un segundo abrigo encima é intente dormir echado sobre cubierta pero el movimiento constante contra las olas me empezó a marear así que me volví a sentar. A pesar del movimiento, de la incomodidad y del frío, logré descansar un poco y relevar a Carlos en el timón. El durmió poco pero mas profundamente y solo se despertó al oir el ruido de las velas flameando cuando yo me quedé dormido al timón y perdí el rumbo. Tuvo que relevarme y por suerte se mantuvo despierto hasta las 4 de la madrugada. Mientras tanto yo pude descansar un poco y retomar el timón.

El velero no identificado nos había recuperado distancia y lo distinguimos bien pegado hacia la playa. La silueta de su vela al pasar, iba interrumpiendo el brillo de las luces de la costa. Al amanecer el continuaba pegado a la playa del aeropuerto y nosotros con rumbo paralelo, directo hacia la Escuela Naval de La Punta pero el viento empezó a disminuir y nuestra velocidad también. Tratamos de observar nuestra posición relativa con el otro velero para saber si había mas ó menos viento por la orilla pero nos mantuvimos casi iguales hasta la entrada al Yatch Club adonde llegamos ya casi sin viento por la típica calma del amanecer.

El velero no identificado era el crucero Ccolla y llegó 30 segundos antes que nosotros. Por su tamaño y área de vela debía llegar 30 minutos antes para ganarnos. Al llegar vimos amarrado a su boya al Gitano y preguntamos en la caseta de control cuántos veleros habían llegado ya. La respuesta nos tomó por sorpresa: “Sólo el Ccolla y Uds. porque el Gitano abandonó por desperfectos y regresó a motor”. ¡Habíamos ganado la regata de punta a punta!. ¡Y en solo 10 horas 15 minutos!
De golpe se nos quitó el sueño y el cansancio y regresamos a casa eufóricos a contar nuestra hazaña cuando aún todos dormían plácidamente el sábado por la mañana. Mientras yo me desquitaba en casa del ayuno forzado durante la competencia, con un gran plato de tallarines con salsa de carne, los demás veleros aún no llegaban a puerto capturados por la calma chicha del amanecer.

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